

¡Ya te enseñaré yo a recibir a la gente! Pero el sastrecillo no se inmutó, y, simulando gran alegría, dijo:Īl anochecer, el hombre fue conducido a la cuadra del oso, el cual trató enseguida de saltar encima de él para darle la bienvenida a zarpazos. De este modo pensaba librarse del sastrecillo, pues hasta entonces nadie de cuantos habían caído en sus garras había salido de ellas con vida. Abajo, en el establo, tengo un oso pasarás la noche con él, y si mañana, cuando me levante, vives todavía, me casaré contigo. No me has ganado con esto, pues aún tienes que hacer otra cosa. La princesa tiene en la cabeza un cabello plateado y dorado, y estos son los dos colores.Īl oír la joven sus palabras, palideció y casi se cayó del susto, pues el sastrecillo había adivinado el acertijo, y ella estaba casi segura de que ningún ser humano sería capaz de hacerlo. Que conteste el tercero éste sí que me parece que lo sabrá.Īdelantándose audazmente el sastrecillo, dijo: Si no es negro y blanco -dijo el otro, - será castaño y rojo, como el traje de fiesta de mi padre. Si no es más que eso - respondió el primero -: es negro y blanco, como el de ese paño que llaman sal y pimienta. Tengo en la cabeza un cabello de dos colores: ¿qué colores son éstos? Presentáronse los tres a la princesa y le rogaron que les plantease su acertijo ellos eran los hombres indicados, de agudo ingenio, que sabían cómo se enhebra una aguja. Pero el sastrecillo no atendía a razones, y, diciendo que se le había metido en la cabeza intentar la aventura y que de un modo u otro se las arreglaría, marchó con ellos, como si tuviera el mundo en la mano. No llegarás muy lejos con tu poco talento.

El tercero, en cambio, era un cabeza de chorlito, que no servía para nada, ni siquiera para su oficio confiaba, empero, en la suerte pues, ¿en qué cosa podía confiar? Los otros dos le habían dicho: Un día llegaron tres sastres, que iban juntos los dos mayores pensaron que, después de haber acertado tantas puntadas, mucho sería que fallaran en aquella ocasión.

Mandó pregonar que se casaría con quien descifrase el enigma, fuese quien fuese. Érase una vez una princesa muy orgullosa a cada pretendiente que se le presentaba planteábale un acertijo, y si no lo acertaba, lo despedía con mofas y burlas.
